miércoles, 6 de septiembre de 2017

Juan Ponte Paseiro: Del Penal de San Fernando a Cartagena, pasando por Sevilla, Cáceres, 32 días de frente, evasión a la zona republicana por Algodor, Madrid, para luego embarcar en el crucero ‘Libertad’

Penal naval militar de la Casería de Ossio



Este largo título corresponde a una parte de los recuerdos de Juan Ponte Paseiro, cabo de artillería telemetrista que en julio de 1936 estaba embarcado en el Canovas del Castillo, surto en el puerto de La Carraca.  Hay pocos relatos de supervivientes de aquellos días de fuego y sangre en San Fernando. Como su título indica, la narración comienza cuando Juan Ponte estaba  encerrado en el Penal de San Fernando donde había ingresado el 23 de julio de 1936. Este es  el relato de cómo vivió esos días aciagos y cómo los recordaba.  

Cuando nos metieron a los del “Cánovas” en el Penal ya había unos 80 civiles, entre ellos estaba el alcalde de San Fernando que era médico y socialista. Los quitaron a todos del Penal y los fusilaron sin juzgar, como a perros rabiosos. Dejaron solo al Alcalde que días más tarde lo fusilarían también, a pesar de que todo San Fernando pedía su liberación porque según ellos era muy bueno con el pueblo".

"En el Penal metían a veces fulanos a empujones como rojos peligrosos, pero que en realidad eran espías falangistas y a los pocos días iban a buscarlos y los esposaban delante de nosotros para hacernos creer que los iban a fusilar y de esa manera se enteraban de todo o parte de lo que se hablaba dentro y se daba el caso de que venían de noche y se llevaban 4 o 5 presos que ya no volvían. Era porque esos espías los habían denunciado y así mataron un montón de ellos. Y gracias a que la hija de la lavandera nos avisó de este asunto y a partir de entonces, cuando metían a algún desconocido, ya lo considerábamos espía y lo aislábamos por completo, sin que se dieran cuenta.
Estuvo preso con nosotros un  muchacho de La Línea que había estado con el Alcalde de su pueblo y nos contó que cuando el cura fue a confesar al Alcalde, éste se negó, diciendo que nada tenía que confesar. […] El cura llevaba un crucifijo de metal en la mano y se lo puso delante de la boca para que lo besara, a lo que el Alcalde se negó. Entonces ese curita llamó a uno de los auxiliares de prisiones para que esposara al Alcalde, y una vez esposado, volvió a insistir que tenía que besar el crucifijo, y al negarse de nuevo, le pegó con el crucifijo en los dientes con tanta fuerza que le rompió el labio y los dientes de delante. Este muchacho nos contó también que al principio del Movimiento, el pueblo de La Línea fue al Alcalde a pedir armas y este se negó, sin duda creía que aquello no era nada. Naturalmente el Alcalde fue fusilado, como lo fueron muchísimos cientos de ciudadanos de La Línea".

"Durante todo el mes de julio, después de haber fusilado a 13 o 14 del “Canovas” nos dejaron tranquilos hasta el mes de septiembre que empezaron las declaraciones. Por lo que me concierne hubo días que entraba en el juzgado a las 8 de la mañana y no salía hasta las 2 de la tarde. […] A principio de septiembre se presentó en el Penal todo el Estado Mayor del Arsenal de la Carraca, acompañados de un pelotón de Infantería de Marina y falangistas en uniforme y nos mandaron formar a todos en el patio de la prisión. Una vez formados el Jefe de Estado Mayor nos dirigió la palabra, diciendo:”El General Queipo de Llano no quiere tener prisioneros y me ordena pregunte a todos vosotros quienes quieren ir al frente a defender España. Los que quieran que den un paso al frente”. De todos los que había en el penal no salió ni uno solo. En vista de que fracasaron en este primer intento, aquel mismo día, a eso de las 12 de la noche y cuando ya estábamos dormidos, sentimos abrir las puertas de las celdas. En la celda donde  me encontraba entraron un teniente de Infantería de Marina, pistola en mano, acompañado de varios soldados y falangistas. Nos hicieron levantar a todos y formar en calzoncillos, nos dijeron que se había escapado un preso, cosa que no era cierta. El Teniente empezó a contarnos, siempre con la pistola en la mano, y de cada cinco quitaba uno. No recuerdo cuántos quitó, pero lo que recuerdo muy bien es que aquellos desgraciados, por el solo hecho de hacer el número cinco fueron ametrallados momentos después. Al día siguiente por la tarde volvieron de nuevo, y esta vez en cuanto preguntaron si había voluntarios para el frente, nos apuntamos todos sin excepción. El Jefe de Celadores de Prisiones me llamó, por ser uno de los Cabos más antiguo del “Canovas” y me entregó dos pliegos de papel y un lápiz para que hiciera la lista de todos aquellos que quisieran confesarse aquella tarde y recibir el Señor al día siguiente de madrugada. Por temor a ser fusilados, todos se apresuraron a apuntarse y no quedaban tranquilos hasta que se cercioraban que estaban en la lista".

"Al día siguiente a las 5 de la mañana tocó la campana para que formáramos para comulgar. El cura con voz sonora nos aconsejaba que el que no estuviera confesado que no comulgara, porque era un grandísimo pecado. Yo, que fui el que hizo la lista, les pregunté a los que comulgaban si apuntaba a los que lo hacían. Como me dijeron que no, no me confesé pero sí fui a comulgar lo mismo, porque daban un bocadillo y una copa de ginebra, y me puse de nuevo a la cola, por lo que me “papé” dos bocadillos y dos copas de ginebra".

 "Aquella tarde hicieron de todos nosotros dos compañías, para salir para el frente al día siguiente. Una vez listas las compañías nos pasaron revista todos los oficiales de las dependencias a las cuales pertenecían los presos y allí quitaron a unos cuantos que ellos consideraban peligrosos, entre ellos Moreno, cabo de Marinería del “Elcano”. Por el “Canovas” nos pasó revista el alférez de Navío Pita da Veiga, Felipe, y cuando llegó a mí, me preguntó cómo me llamaba (le sobraba de saber cómo me llamaba) y cuando le di mi nombre me agarró por la marinera y me quitó de la formación. Pero en ese momento llegó el Teniente de Navío Don Jesús Sánchez Ferragut, que me conocía por haber estado embarcado juntos en el “Jaime” y me preguntó porque estaba allí. Le contesté que no lo sabía, ya que yo no había hecho nada y, sin más palabras, me metió de nuevo en la formación. Con esta acción me salvó la vida ya que todos los que quitaban era para fusilarlos horas más tarde".

 "Una vez terminada la revista en el Penal nos llevaron formados hasta Capitanía General de la Carraca, donde nos pasaron otra revista, pero esta vez fueron los curas que, como había muchos andaluces entre nosotros, han venido los curas de Cádiz y sus alrededores para descubrir aquellos que no iban a misa y que eran malos feligreses. Ellos no los quitaron de la formación, pero se lo decían a los oficiales para que lo hicieran, todo ello por medio de señales consensuadas, con objeto de [que] nosotros no nos diéramos cuenta. Quitaron de la formación 12 o 14 que los llevaron al paredón".

 "A las seis de la tarde de aquel 20 de septiembre de 1936 nos llevaron formados hasta la estación, vino la banda de música de Infantería de Marina a tocarnos unas piezas como despedida y por otra parte la familia de los andaluces, que llorando a grito pelado venían a despedirse de sus hijos, hermanos o amistades. La máquina del tren llevaba una boca muy grande abierta que significaba que nosotros íbamos a comernos vivos a todos los Rojos. Por eso le llamaban la columna de la Boca". […]

"Una vez desembarcados del tren, custodiados por un Tabor de Regulares, nos llevaron formados hasta los pabellones de la Exposición, que estaban todos salpicados de sangre y había un olor a muerto que confundía. Allí estuvimos unos días hasta que salimos para el frente. Llevábamos los fusiles, pero no llevábamos municiones. No éramos gente de confianza, solo nos las dieron cuando llegamos al frente. Estábamos vigilados constantemente por los regulares".

"A primeros de octubre llegamos a Cáceres. Nos llevaron allí única y exclusivamente para que le viéramos las barbas a Millan Astray que nos largó el discurso siguiente:”¡Marineros! ¡Vosotros que habéis asesinado  a vuestros jefes y oficiales, hijos de madres honradas! Yo sé que lo habéis hecho forzados por vuestros compañeros rojos, que son los culpables de toda esta tragedia, pero no tened miedo, que a vosotros nada os pasará. ¡Miradme a los ojos! (debía de hablar en singular ya que no tenía más que uno, el otro era de cristal). ¿Queréis ser legionarios?” y la mayoría respondió “Sí”. “¡Ya veo que sois valientes marineros! ¡Iréis a luchar por España como buenos legionarios! Pero os aseguro que dentro de 15 días no existirá ninguno de vosotros. ¡Moriréis todos!  ¡Pero vuestros nombres quedaran grabados en letras de oro!” Luego, con una pausa, nos dijo: “Si alguno de vosotros tiene miedo a morir que dé un paso al frente”. Yo miré por si salía alguno, pero no salió nadie. A continuación nos hizo cantar la canción del legionario que la mayor parte no sabíamos, pero hacíamos ruido. […] A todo esto eran las tres de la tarde y todos nosotros sin comer, pero con el discurso se nos cortó el apetito".

"De allí salimos en ferrocarril hacia la Sierra de Gredos, Ávila. Una vez en el frente nos dieron las municiones, pero siempre vigilados por los regulares. De la provincia de Ávila nos enviaron a Toledo, a donde llegamos al día siguiente de caer en las manos de franquistas. Aún estaban los muertos tirados en las calles. Decían que los que había allí dentro eran cadetes pero nosotros que fuimos testigos de la gente que salía de allí, sabemos que no es verdad. Cadetes había muy pocos, lo que habían eran muchos guardias civiles y población. Vimos salir una mujer con un niño en los brazos. Había dado a luz allí".

A continuación Juan Ponte relata las atrocidades que presenció en el frente, conforme iban avanzado en territorio conquistado, durante los 32 días que permaneció con los franquistas. Después sigue explicando su proyecto de evasión.

En un pueblo llamado Algodor, los cinco del Cánovas (1) nos pasamos a las fuerzas de la República, las legales de España. Fue una aventura peligrosa pero el que algo quiere algo le cuesta. Gracias al Demonio que lo contamos".

"Decidimos pasarnos a la zona leal. Para ello era necesario atravesar un puente del ferrocarril que atravesaba el Tajo. Tenía entre 40 o 50 metros de alto y como el río pasaba con mucha corriente, estudié bien el asunto y me pareció más fácil pasar por encima del puente para lo cual había que contar con Manso que era el cabo de guardia que había en la cabeza del puente con unos cuantos marineros canarios".

"Creo que era el 19 de octubre de 1939. Yo había estado de guardia hasta la 12 de la noche en una central eléctrica que había en dicho pueblo. Cuando salí de guardia fui en busca de los demás, les propuse el asunto de la evasión, lo que aceptaron sin dificultades y juntos nos dirigimos hacia el puente. Llegados allí, llamé a Manso aparte y le propuse el asunto. La cosa no fue fácil pero al final conseguí convencerle".

"Y con esto nos pusimos manos a la obra. Recuerdo era una noche oscura. No se veía ni a dos metros de distancia. El puente era por donde pasaba el tren y no quedaba espacio para más nada. En cuanto llegamos al centro nos encontramos con un vagón que nos cerraba el paso y para pasar tuvimos que agarrarnos al vagón con el cuerpo descolgado hacia el Tajo. Como ya he dicho, el puente tenía una altura de 40 o 50 metros. Pero, aunque con mucha dificultad, conseguimos pasar el obstáculo".

"Una vez pasado al otro lado del río continuamos andando por el centro de la vía, sin saber a dónde íbamos a parar y cuando llevábamos unos 10 minutos caminando sentimos una voz que decía: ¡Alto, quien vive! ¡Santo y seña! Tanto yo como el resto nos tiramos al suelo en medio de la grava de la vía. Sentimos unos disparos de ametralladora y entonces con la cabeza contra las piedras grité: “¡Somos cinco marinos que nos hemos pasado a vosotros!”. Entonces dejaron de disparar y tardaron unos momentos en hablar.  Al poco rato, nos dijeron de poner el fusil en bandolera y que avanzáramos con las manos en alto y así lo hicimos. Cuando llegamos donde estaban nos quitaron las armas y correajes con las cartucheras llenas de municiones y nos preguntaron por dónde habíamos pasado. Cuando les dijimos que por el puente se echaron las manos a la cabeza y nos dijeron: “Vaya suerte que han tenido ustedes!” Según ellos, el vagón que estaba en el centro del puente estaba cargado de dinamita  y lo habían puesto ellos con objeto de volar el puente pero no funcionó y esa fue nuestra salvación. Pues si llegara a explotar cuando tuvimos que agarrarnos a él para pasar irían nuestros cuerpos a parar a Toledo".

"Al día siguiente nos llevaron en un camión a Madrid y al Ministerio de Marina".

En Madrid, después de una serie de avatares, los cinco amigos se vieron, por fin, camino de Cartagena.

"Salimos en un camión abierto para Alcázar de San Juan, para allí tomar el tren para Cartagena ya que de Madrid no se podía salir por ferrocarril por estar todas las comunicaciones cortadas a excepción de la carreta de Valencia. Cuando llevábamos una hora de camino uno de los señores que iba en el coche le dijo al chofer que parara un momento, alegando que había una señora enferma, cosa que no era cierta. El camión paró y bajó el señor y pistola en mano obligó al chofer a bajarse y le pegó un par de tiros en la cabeza y lo dejamos allí tendido en la cuneta. Nosotros no sabíamos lo que ocurría, hasta que el señor nos lo explicó. El camionero nos quería meter en las líneas franquistas, de las que estábamos a menos de un kilómetro. Menos mal que ese señor se conocía bien el camino y se dio cuenta del asunto, por lo que nos salvó la vida a todos lo que en el camión había.




“Yo iba de jefe del grupo y llevaba los documentos de todos para que los entregara a la Capitanía general de Cartagena. Pero el jefe que cogió los papeles nos dijo que íbamos a formar parte de una compañía de Infantería de Marina que iba a salir para el frente ¡Otro fascista más! No quisimos cumplimentar la orden y nos fuimos para hacer nuestra presentación en el Estado Mayor de la Flota. Nos dirigimos por la calle Mayor hacia el muelle y cuando llegamos al Club Náutico oímos la explosión del torpedo que había tocado al “Miguel de Cervantes”. Ese mismo día nos fuimos al “Libertad” en donde nos quedamos cuatro embarcados. El quinto, Eliseo, marinero leonés, prefirió embarcar en el “Jaime” donde tenía un buen amigo. Aquí se acaba la historia que, como se puede ver, nos jugamos la vida hasta llegar al “Libertad”, por la LIBERTAD.”


(1) Los cinco compañeros que se escaparon juntos fueron Juan Ponte Paseiro, su hermano, Marcelino, Eliseo Fernández Fidalgo, Emilio Veiga Rodríguez y Arturo Manso Camiño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario