martes, 6 de marzo de 2018

“Así hundimos el Baleares”



En la noche del 5 al 6 de marzo de 1938 tuvo lugar el combate de Cabo de Palos en que la flota republicana hundió al buque insignia de la flota rebelde, el Baleares.

El periodista Vicente Talón entrevistó en 1988 a David Gasca, comandante accidental del Lepanto aquella noche. Reproducimos parte de este reportaje.

“El día 5 de marzo de 1938, buena parte de los buques de guerra republicanos surtos en el puerto de Cartagena reciben la orden de prepararse para salir a la mar. La misión que se les encomienda no es otra que la de efectuar un “raid” contra el principal punto de apoyo de los facciosos en el Mediterráneo, Palma de Mallorca, y el servicio, en principio, carece de grandes riesgos, toda vez que, según las informaciones recibidas, todos los buques enemigos se hallan fondeados en sus bases”.

“La escuadra que se apresta a zarpar la constituye la flor y nata de los navíos de la República. En total, los cruceros Libertad y Méndez Núñez, más los destructores Sánchez Barcáiztegui, Almirante Antequera, Lepanto, Gravina y Lazaga. Este dispositivo tiene por misión proteger la primera flotilla de destructores, compuesta por el Ulloa, Jorge Juan, Escaño, Almirante Valdés, que deberán de acercarse hasta la bocana de Palma para prestarle un máximo apoyo a la acción de las lanchas torpederas que son las encargadas de penetrar en el puerto enemigo”.

"En Cartagena, a medida que se acerca el instante fijado para dar avante, aumenta la fiebre de los preparativos. Sólo un destructor, el Almirante Miranda, no da señales de vida, ya que aunque entró en servicio al estallar la guerra, aún no disponía en aquel entonces, de todos los tubos y hubo de recibir, para complementar los nuevos, una serie de ellos desechados, por casi inservibles, por otras unidades. En consecuencia sufría de un problema crónico de entrada de agua salada en los condensadores, que le mantenía por lo general, en actividad deficiente o en reparaciones. Su comandante –don David Gasca Aznar- se resignó, pues, a no tomar parte en la misión, que por otra parte, le atraía enormemente, pero quiso la fortuna que a última hora fuese llamado a embarcar en el Lepanto, cuyo comandante, enfermo, acababa de darse de baja”. 

“En realidad, como bien pronto pudo observar, había dejado una unidad en precario para asumir el mando de otra que no se hallaba mucho mejor. El mismo David Gasca rememora”:

“- Al subir a bordo el segundo comandante Don Manuel Sancha, me expuso la situación que tenía de cualquier cosa menos de satisfactoria. Debido a diferentes averías, únicamente disponíamos de dos calderas listas, la tercera estaba calentando y la cuarta, sometida a trabajos de reparación, sólo podríamos contar con ella, en el mejor de los casos, una vez fuera de puerto. Por lo que respecta al aparato de ultracorta, no funcionaba, y esto hizo que, a lo largo de toda la operación, me hallase incomunicado del resto de la flota, siéndome imposible de recibir órdenes. Como estaba terminantemente prohibido utilizar la estación de radio, este aislamiento motivó que, como ocupaba el último lugar de la línea de fila, sólo conociese la presencia de los buques enemigos cuando los hube avistado…”

“[…] Con un cierto retraso, la escuadra empieza a abandonar Cartagena, siendo el crucero Libertad  el que cierra el imponente desfile. Una vez aguas afuera, los buques adoptan las formaciones previstas en servicio de vigilancia, para, al poco, enterarse de que el objetivo de su salida acaba de frustrarse”. […]

“Con todas las luces apagadas, en noche oscura, los buques republicanos continúan su rumbo, y, de pronto, ¡el enemigo! David Gasca me cuenta:”

-“A las cero horas cuarenta y cinco minutos avisté por babor, sucesivamente, tres barcos que navegaban con las luces apagadas, pero cuyas siluetas identifiqué en el acto como tres cuceros en poder del enemigo y que se me habían hecho familiares en otras circunstancias. Iban en línea de fila, de vuelta encontrada; su velocidad era alrededor veintidós nudos y se hallaban a unos dos mil quinientos metros de distancia. Inmediatamente di la orden de zafarrancho de combate, pero no les lance ningún torpedo, ya que dada su velocidad relativa y el haberles descubierto cerca del través, era dudoso que hubiese podido hacer blanco.[…]

“Tanto para ellos como para nosotros, el encuentro fue una verdadera sorpresa. Apenas pasado el enemigo, todos los que nos hallábamos en el puente  pudimos observar la señal JZI, que en el código en vigor antes de estallar la guerra significaba zafarrancho de combate. El mensaje era transmitido en claro por el scott alto del buque insignia enemigo, que de esta forma descubrió el lugar que ocupaba en la línea: la cabeza. Yo decidí en ese momento que si volvíamos a encontrarnos con ellos, lo que no tendría nada de particular, tomaría como blanco al primero de la formación, y así fue. Según comprobamos más tarde, inexplicablemente, no tuvieron la perspicacia de cambiar el orden en el que navegaban, lo que les costó perder la nave insignia y, con ella, todo el Estado Mayor”.

“A las dos horas trece minutos, los buques republicanos, que han efectuado dos cambios sucesivos de rumbo, descubren de nuevo al enemigo situado, en esta ocasión, a unos cinco mil metros por babor. En breves segundo se inicia un duelo artillero, mientras que los destructores reciben la orden de acercarse y atacar utilizando sus torpedos. Sólo el Lepanto, que debido a la avería de su estación de onda corta, no se entera de la orden, conserva el rumbo durante todo el combate y lo mantiene –así como su posición en línea de fila- hasta descubrir el faro de Cabo Palos. Pero devolvámosle la palabra a David Gasca:”

“-La luminosidad era intensa, el enemigo no cesaba de tirar, y guiado por los fogonazos de los disparos, apunté al centro del primer buque, que suponía que era el navío insignia, lanzándole los tres torpedos del grupo de popa, en el espacio de cinco segundos y conservando los otros tres como reserva de cara a un hipotético encuentro posterior. Casi en el acto vimos una columna de humo que salió por la chimenea del barco atacado y un globo de fuego que fue aumentando de volumen y que se abrió a gran altura, iluminando todo el espacio. Paralelamente surgieron dos fogonazos, uno a proa y otro a la altura de los pañoles de pólvora, mientras que las llamas corrían por toda la cubierta y se distinguían perfectamente cómo trozos de estructura se precipitaban al agua. Los buques facciosos, como si les hubiese impresionado lo que acababa de suceder, acallaron su fuego.”

Hasta aquí el relato de David Gasca contado por Vicente Talón. En el combate también intervinieron la artillería del Libertad y los torpedos del Sánchez Barcaíztegui y los del Antequera.

Con motivo de esta victoria de la escuadra republicana, el Comandante Luis González Ubieta recibió la Laureada de Madrid; Eugenio Porta, director de tiro del Libertad, recibió la Medalla de la Libertad; la Placa del Valor le fue otorgada a título personal a 13 marinos y le fue concedido el distintivo de Madrid a los buques y las dotaciones que participaron. Se creó un diseño especial de este distintivo, bordado en oro y plata para el gallardete y para el uniforme.